El secretario municipal de Culturas, Rodney Miranda y Rosario Hernández, funcionaria de la Biblioteca Municipal. Foto: AMUN

AMUN/7-12-21

Rosario Hernández está considerada como la “mamá” de la Biblioteca Municipal. Su oficina está cerca a la puerta principal. Recibe con una sonrisa a quien visita. Hace sentir como si se ingresara al hogar. “Acá soy feliz, mi trabajo es mi vida”, se sonroja y continúa restaurando libros de todo tipo y color. Tiene 67 años y 43 de éstos los lleva trabajando en este centro literario paceño siempre con el mismo ritual: “persignarse en el ingreso y agradecer por tener un día más de trabajo”.

Se acomoda en su escritorio y empieza a narrar su vida que compartió atendiendo a los visitantes de la biblioteca, durante más de cuatro décadas. “A la pregunta, la respuesta”, sonríe. Su rostro enseña arrugas y algunas canas resaltan en su pelo ondulado, síntomas de una sabiduría abundante.

Con 19 años, doña Charito visitó el Museo Costumbrista “Juan de Vargas”. Había terminado el colegio y, como cualquiera a su edad, sentía ganas de comerse al mundo y “de aportar a la ciudad”. No recuerda con precisión la fecha pero dice que “ha debido ser 1975 o 1976”. Nunca olvida la forma en la que se inició su historia.

Por su amabilidad a doña Charito no le fue difícil que la acepten para guiar a los turistas del repositorio, pero su amenidad natural fue complementada por su conocimiento del francés. Había aprendido el idioma en el colegio Dora Schmidt y, según cuenta, tenía una fluidez que poco a poco fue perdiendo, por la falta de práctica.

“Era una época en la que se daba más oportunidad a los jóvenes. Fue un tiempo maravilloso el que estuve en el museo, pero de alguna forma sentía que pertenecía a otro lado”. Y así sucedió… Aproximadamente tres años después, doña Charito pidió su cambio para trabajar en otro espacio municipal. Los libros habían llamado su atención y quería tenerlos cerca.

“Cuando entré a la biblioteca me pareció un lugar hermoso, grande. No podía creer que estaba trabajando aquí, siempre estaba lleno. Venían personas muy distinguidas a pedir los libros y se atendían muchas solicitudes”, relata.

Su tono empieza a pausarse, comienza a recordar ese 1978 cuando llegó a la Biblioteca Municipal y un nombre empieza a repetirse en la charla: Yolanda Tejerina que por entonces era la directora del lugar. “Ella nos formó no sólo como profesionales, sino como personas. Nos hizo entender que trabajábamos en un lugar único y que teníamos que comportarnos como tal”. 

Los más de 20 años siguientes, doña Charito desempeñó sus funciones en todas las salas del centro literario. Trabajó en la Hemeroteca, pasó por la Sala Nacional, atendió en la Sala de Referencia, pero el lugar que más se robó su cariño fue la Sala General. Tanto es el aprecio que tiene por esta área que guarda los carnets de lector en la que ella se encargaba de registrar a todos los visitantes.

No duda en mostrar alguno de los ejemplares. “Todo se hacía a máquina de escribir, teníamos las medidas exactas. Además, había que memorizar los índices de los libros para atender a todos los lectores”. Entre ellos, Yolanda Bedregal, quien habitualmente buscaba a doña Charito, con un pastel en la mano, para que le facilite compilaciones de poemas y demás géneros.

Ese tiempo también le sirvió para capacitarse en varias asignaturas de la bibliotecología, desde atención hasta registro de documentos. Las autoridades municipales pasaban y a todas ellas veía desde los estantes de libros que se encargaba de ordenar. Ella con mucho orgullo guarda sus certificados y algunas fotografías de sus logros.

Sin embargo, su cotidianeidad fue afectada cuando en 2006 fue trasladada a la Biblioteca Zonal de Achachicala. Se precisaba la ayuda de alguien que le dé fuerza a la literatura en los barrios paceños y Doña Charito era la indicada. Allí se encargó de implementar clubes de lectura, torneos de ajedrez, talleres con padres de familia y demás dinámicas que se le fueron ocurriendo.

Luego recorrería Alto Tejar, Max Paredes, Villa Victoria y Obrajes. “Prácticamente todas las zonas de La Paz”, compartió el conocimiento que había adquirido, hasta que en 2016 regresó al que siempre fue su hogar, la Biblioteca Municipal.

Lastimosamente, las cosas habían cambiado. “Las salas estaban cada vez más vacías y cada vez eran menos los solicitantes de textos”. De igual manera, los métodos de trabajo se habían alejado de aquellos a los que estaba acostumbrada, pero ni eso fue un impedimento para que desempeñe sus funciones con la calidad acostumbrada.

La pandemia también ocasionó que, por su edad, deje la atención en salas. Ahora doña Charito se encarga de restaurar textos, con la delicadeza que esa labor demanda. Lejos está de jubilarse, eso sí. El cuidado y educación de sus dos nietos la motivan a continuar con su labor diaria “al menos por un tiempito más”.

Cuando la jornada laboral está por terminar, se despide de cada uno de los funcionarios de la Biblioteca Municipal; “Chau mamá”, responden cada uno de sus más de 40 hijos. Saben que mañana volverán a verla, sonriente y con el ritual de siempre: “persignarse en el ingreso y agradecer por tener un día más de trabajo”.

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