La gestión del alcalde Iván Arias se caracteriza por estar 70% del tiempo en la calle. con trabajo en los barrios y supervisión de obras.

AMN/03-06-21
Un pequeño armario en su despacho, es su cómplice. Su esposa Mercedes Butrón es su gran apoyo y Dios su fortaleza. Iván Arias vive su primer mes de alcalde de La Paz, entre su marraqueta con café, el overol y su escritorio.

Ahí está, sentado en la cabecera de la mesa. Alrededor de la ella, los miembros de su gabinete y asesores. Hay que iniciar la jornada de trabajo planificando, porque La Paz no acepta improvisaciones. En agenda hay una infinidad de temas, la más dura, la lucha contra la Covid-19.

Con un traje plomo, camisa blanca y corbata roja, y sentado en la cabecera de la mesa de reuniones, escucha a uno de sus secretarios, plantea los programas para enfrentar la tercera ola de contagios del coronavirus. “Hay que combinar la salud con la economía”, dice Arias, mientras se para y dirige a la pizarra acrílica para graficar las acciones y prioridades que se tendrá en la ejecución del plan de salud.

Arias, alcalde desde hace un mes de una de las ciudades más pobladas de Bolivia, parece conectarse mentalmente con los paceños, porque siempre está pensando en buscar resolver cada uno de los problemas. “Hay que ver que no falte oxígeno”, comenta.

¿Nos vamos?, pregunta y de inmediato se dirige a su pequeño ropero de su despacho. Lo abre, descuelga un overol, se saca su saco y lo cuelga. Media hora después, una polvareda generada por una caravana de vehículos anuncia la llegada de una comitiva al relleno de Sak’a Churu. “He querido venir en silencio, sin mucha prensa, no quiero hacer show”, les dice el burgomaestre a los trabajadores que lo reciben sorprendidos.

“He venido a conocer, a aprender y a escuchar”, afirma al estrechar la mano de los obreros, que lo invita a iniciar el recorrido de inspección. Acucioso como es él, escucha atento las explicaciones y observa cada lugar del relleno y los trabajos que se hicieron en el lugar.

“Estoy admirado y preocupado, admirado por la cantidad de trabajo, energía, gente que está involucrada que hace que la ciudad de La Paz no esté inundada de basura; admirado por su trabajo, por los olores, por cómo viven todos los días, admirado por su entrega y les agradezco”, resalta a los trabajadores.

En las calles de la ciudad de La Paz, la gente vive su cotidianidad. Unos caminan preocupados por la situación económica, otros afanados van rumbo a sus trabajos. La Paz no se detiene un solo segundo. Es una ciudad en movimiento. En medio de la gente está un hombre vestido con un overol, botas y un casco blanco, con barbijo y un atomizador con alcohol. Es el alcalde.

“Por favor, cuidemos nuestra salud, seamos conscientes, no nos aglomeremos”, recomienda a un vecino que camina por la Av. Mariscal Santa Cruz. No es extraño verlo caminar por las calles de la ciudad, unos días camina vestido como obrero, otros como un gran ejecutivo y otros como un ciudadano común. Cómo sea, allí está, escuchando a la gente. “El Alcalde escucha”.

“Mi fortaleza es Dios”, dice mientras parte una marraqueta para disfrutarla junto a su café. Junto a él, su esposa Mercedes comparte el desayuno. Unas mañanas más temprano que otras. Mientras embadurna la mitad de su marraqueta con mantequilla y dulce, le cuenta a su compañera los planes para mitigar la ola de la Covid-19. Las risas amenizan en la mesa. No se puede descuidar las necesidades del hogar ni la familia. Butrón, una profesional en finanzas, lo acompaña desde la campaña. Ya está acostumbrada al ritmo de Arias.

Otro día, cuando el sol apuntaba con sus primeros rayos y el frío invernal penetraba hasta los huesos, el alcalde Arias, vestido de overol plomo y con un casco blanco en la cabeza, llega hasta el Bosquecillo de Pura Pura. “No voy a ser un alcalde de escritorio”, repitió muchas veces durante su campaña y en su primer discurso como primera autoridad de La Paz.

¡Vamos!, exclamó el alcalde. Esa fue señal a sus acompañantes, para el inicio de la inspección a una de las 24 áreas protegidas que tiene la ciudad de La Paz. El recorrido de la comitiva comenzó en el sector colindante con la zona de Alto Munaypata, palabra aymara que en castellano significa: el “lugar del amor”.

Con paso ágil, el alcalde avanza por un estrecho camino de tierra. A su lado, sin perder el ritmo, va el secretario Municipal de Medio Ambiente, José Carlos Campero, y el resto de su comitiva. Arias, que cumple este jueves su primer mes de trabajo como alcalde, no olvida su promesa hecha a la población en la campaña de trabajar “mañana, tarde y noche”.

En horas de la noche de otro día, Arias inspecciona el complejo de viaductos Tejada Sorzano, en el estadio de Miraflores. Sorprendido y orgulloso observa las aguas danzantes, que es uno de los atractivos de la remozada de la réplica del Templete Semisubterráneo de Tiwanaku y que por debajo tiene parqueo de vehículos y los viaductos.

“Es una gran obra”, comenta a sus acompañantes, mientras planifican algunos detalles para que el día de la entrega todo esté bien. Parece un hombre duro, pero es muy sensible, cariñoso y jovial.

“Vamos a trabajar para que todos los paceños tengan salud, porque ese era tu sueño”, dice Arias y se quiebra en llanto al despedir a su amigo y compañero René Sahonero, secretario de Salud, quien falleció a causa de la Covid-19.

Han transcurrido 30 días desde que juró como alcalde, pero su ritmo de trabajo es como de un quinceañero ansioso por lograr sus metas. “Quiero que ustedes se sientan orgullosos de que están trabajando en una empresa que le da seguridad a La Paz”, les dice a los obreros del relleno de Mallasa.

“Yo les voy a invitar un día que tengamos una reunión en la ciudad, para tomarnos un café con marraqueta, con los 66 trabajadores”, les anuncia. Retorna apresurado a su oficina para atender la visita de los representes de la Corporación Andina de Fomento (CAF), llega la noche y transcurrió un día más. En casa, le cuenta a su compañera lo que hizo en la jornada. Mañana es otro día. Y el alcalde vivirá entre marraqueta con café, overol y su escritorio.
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