Más allá de las cifras y de los datos, los cinco intensos años del Pumakatari están construidos por instantes, pedazos de las experiencias de las personas de adentro de la institución y, especialmente, por los usuarios.

¡El Puma, al rescate!

Don Andrés, de 48 años, trabaja las noches de los fines de semana en restaurantes del centro paceño. Como por noche gana solo Bs 250 irse en taxi a su casa, en la Periférica, no es una opción. Una madrugada mientras esperaba minibús en la plaza Eguino tres personas se le acercaron.

Amenazado, caminó a la avenida América, mientras era perseguido. Asustado llegó a la plaza Alonso de Mendoza donde vio a un Pumakatari a la espera de pasajeros. Corriendo entró al bus. ‘‘Lo único que pensaba era salvar mi vida”, recuerda.

Al verlo, la anfitriona se dio cuenta que algo le pasaba. Esta preguntó a sus acechores, que intentaron subir, a dónde iban. Ellos contestaron un destino distinto a la de su ruta; ella trancó el paso y estos se fueron. De ese modo, Andrés llegó a su casa sano y a salvo.

Adiós a la pumacebra

Al terminar el segundo año de vigencia del Pumakatari, una de mejores anfitrionas y cebras que tuvo La Paz Bus, Carmen Rosa Chirinos falleció. Ella era anfitriona de la ruta Villa Salomé, vivía en El Alto y debía salir muy temprano para estar en el patio del Centro de Transferencia a las 6:00 am.

Una mañana de marzo de 2015 fue atropellada antes de llegar al trabajo. El responsable se dio a la fuga. El grupo de nocheros del Pumakatari que la vio en el piso trató de ayudarla, pero ya era tarde. Carmen había partido.

Sus compañeros lamentaron su deceso y recolectaron dinero y colocaron una cruz de fierro en el lugar del accidente. A partir de entonces le rezan y le ponen flores.

Persecución de película

Mercedes Quispe, una de las primeras conductoras del “Puma”, aún recuerda que en la calle 4 de Obrajes un micro amarillo le raspó el retrovisor, que cayó al instante, mientras el conductor del otro auto se daba a la fuga. “Los usuarios se enojaron más que yo: “¡sígalo!, ¡sígalo!, ¡que no escape!”, me decían e iniciamos la persecución porque no se veía la placa de ese bus. Fuimos por varios lugares, llegamos a la avenida Los Leones, pero el chofer huyó hacia Villa Armonía”, cuenta.

Por órdenes del centro de control, al que dio reporte, paró la persecución. Los usuarios le indicaron la ruta de ese micro. Así que al día siguiente lo buscó. “Lo encontramos y lo perseguimos hasta su casa. ‘Tú me has chocado’, le dije. Su hijita dijo: “es que teníamos que ir al colegio”, entonces bajó la cabeza, se disculpó. Luego este y La Paz Bus solucionó el problema en Tránsito.

¡El niño maravillado!

“Desde pequeñito mi sobrino Lucas Aparicio era fanático del Pumakatari, le gustaba los dibujos de la serpiente y del puma, le encantaba el tamaño de los buses y tocar el timbre para bajar. Tenía su colección de buses que regalaban en las ferias dominicales y jugaba con ellos”, cuenta la comunicadora Julia Aparicio.

A sus tres años, Lucas se puso celoso por la llegada de su nueva hermana, así que para involucrarlo más con la pequeña le pidieron hacer algo especial, buscarle un nombre. Su amor por el Pumakatari era tan grande que quería llamarla Pumakatari. ‘‘Todos nos reímos mucho y le explicamos que no podía llamarse así porque los pumitas ya tenían ese nombre’’.

Alfombra de mantas

Karen Cuevas, que era una de las primeras anfitrionas en 2014, recuerda que en la inauguración del servicio estaba en el segundo bus que recorrió desde Chasquipampa hasta Pampahasi.

‘‘Era increíble cómo la gente se emocionaba al ver los buses, muchos lloraban, te abrazaban y decían: ‘gracias por llegar a mi zona’. Las vecinas subían con flores y ch’allaban los buses, nos echaban pétalos de flores para que nos vaya bien’’.

La imagen que nunca olvidará fue cuando a la altura del mercado de Pampahasi todas las caseras se sacaron sus mantas y las extendieron en el piso cual si fuera una gran alfombra para que pasen los pumitas’’, rememora aún emocionada.

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