20 años: un educador urbano afirma que “ser cebra es algo muy hermoso”

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20 aniversario de las Cebras. Foto; AMN

AMN/01-11-21

“Ser cebra es algo muy hermoso, le diría a la población que pueda unirse a nosotros y ver cómo son las cebras por dentro y fuera”, dijo Adhemar, un joven voluntario que ataviado de la “piel cebra” saltaba este lunes en plaza Camacho, donde se inició al celebración del mes aniversario de los educadores urbanos en la ciudad de La Paz.

Las Cebras de La Paz cumplirán 20 años el 19 de noviembre. El alcalde Iván Arias sopló la vela en la torta acebrada y planteó el desafío de renovarlas para que perduren otros 20 años más y sugirió buscar otra música característica y crear nuevos personajes.

“Es mi tercer año, me encanta mucho, nos ha ayudado a varios estudiantes a seguir creciendo para tener una carrera y ayudar a la familia”, afirmó Wara, otra voluntaria, luego de bailar la canción “La ciudad que habita en mi”, que es la característica actual del programa municipal.

“Una buena anécdota es que cuando salimos a calle la gente nos recibía con amor, es algo bien bonito, la mala es que no podemos abrazar a las personas porque un niño viene y no podemos abrazar”, agregó Adhemar.

Por su lado, Naya, otra joven cebra, afirmó que en su segundo año constató que “el programa de educadores urbanos ayuda a los voluntarios porque hay algunos que tienen problemas, tenemos psicólogos que nos ayudan, es muy bonito”.

Y, Melany, quien no dejaba de dar brincos, con voz cálida contó que ya tuvo la experiencia de ser educador urbano en 2020, pero por la pandemia entró en cuarentena. “Me volví a postular. El voluntariado te sube la autoestima, te ayuda a moverte, es un voluntariado muy lindo”, enfatizó.

Los educadores urbanos, Cebras, de La Paz comenzaron con su trabajo el 19 de noviembre de 2001 como un plan piloto para reestructurar la movilidad urbana del municipio, de educación vial para conductores, pasajeros y peatones.

Los primeros años del programa tuvo como característica un atuendo para dos personas, uno de pie, que llenaba la cabeza y dorso y otro agachado, que hacía el lomo y cola. Esta primera experiencia no fue tan familiar para la población, ya que incluso era objeto de bromas porque algunos peatones hacían un “salto de burro”.

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