La vulnerabilidad del espacio se convirtió en una alerta para los 60 trabajadores, quienes, tras un día agotador, se vieron forzados a abandonar su labor anticipadamente.
AMUN/ 23-09-2024
Este lunes, la atmósfera en La Paz se tornaba tensa mientras la marcha liderada por Evo Morales bajaba de El Alto rumbo a la ciudad paceña. La calma terminó cuando un grupo de jóvenes, liderados por Arnold Alanez, atacó con dinamitazos y piedras a los más de 300 funcionarios municipales que resguardaban la plaza San Francisco, cuyo acceso estaba restringido debido al peligro de hundimiento que existe.
La urgencia de reparar la bóveda del Río Choqueyapu que está debajo de la plaza, se convertía en una necesidad para prevenir desastres en la época de lluvias que está cerca; sin embargo, un grupo de jóvenes, simpatizantes de Evo Morales, desafió las indicaciones.
Los estallidos de dinamita retumbaron como un trono caído, un eco que hizo temblar la bóveda de la plaza. La vulnerabilidad del espacio se convirtió en una alerta para los 60 trabajadores, quienes, tras un día agotador, se vieron forzados a abandonar su labor anticipadamente.
Las palabras del alcalde Iván Arias resonaban como un grito en el desierto: “Les hemos pedido que no pasen. Y ¿sabe qué? Nos han metido dinamita, le han metido bombas molotov”. La preocupación era palpable en su voz, un eco de un líder que deseaba mantener la paz en la ciudad a toda costa.
Las piedras volaban y los gritos de alarma rompían la rutina diaria. “Teníamos gente trabajando ahí. Las hemos tenido que sacar porque empezó a caer piedras al lado. Es serio. Porque es fuerte, estamos en peligro”, decía el Alcalde, no solo como una autoridad, sino como un ciudadano preocupado por la seguridad de su comunidad.
“Han hecho reventar dos dinamitas”, lamentó Arias, profundamente preocupado por la irresponsabilidad que amenazaba no solo a la infraestructura, sino a la misma convivencia ciudadana.
“Más perdón y reconciliación”, era lo que resonaba en las declaraciones del Alcalde, palabras que contrastaban con el eco de las explosiones que, poco tiempo después, romperían el frágil silencio.
El Alcalde había sido claro: quienes deseaban manifestarse, podían concentrarse en un lugar específico, lejos de la plaza, en un esfuerzo por mantener la calma.
Recordó que la solicitud de los marchistas que llegaron desde Caracollo fueron claras: un espacio para concentrarse. “Les hemos dado un lugar en la terminal, al final de la autopista. ¿Para qué? ¿Dónde estamos?”, cuestionaba, visiblemente afectado. En sus ojos se leía una contradicción: el deseo de escuchar a la población y la necesidad de preservar el orden.
Paz, esa era la palabra que emergía entre los funcionarios municipales que cuidaban la histórica plaza. “Paz para la paz, paz para Bolivia”, repetía una y otra vez como si pudiera conjurar un cambio de energía en un mar de sombras.
“Realmente es una irresponsabilidad”, repetía la primera autoridad de la ciudad de La Paz en sus declaraciones. “Ojalá esto sea una excepción y no sea la regla”, reflexionaba Arias.