Carlos, uno de los héroes anónimos que lucha contra la furia del fuego

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Carlos Arnaldo Lozano Vela cuenta su experiencia en Guarayos. Foto: AMUN

Los bomberos voluntarios son los valientes que desafían la muerte, no sólo pelean contra el fuego; protegen la vida.

AMUN/ 30-09-24

En el corazón del ardoroso fuego, donde la naturaleza grita su dolor, un hombre llamado Carlos Arnaldo Lozano Vela se erige como testigo y combatiente. Su voz tiene el eco de casi siete años de voluntariado, un sacrificio que teje historias de valentía y sufrimiento en el entramado de la lucha contra el devastador fuego que arrasa tierras y vidas.

«Buen día», dice Carlos con un tono que contrasta con la desolación de su relato. Cuenta su experiencia en Guarayos, un rincón donde la selva virgen es también una prisión de fuego. “Lo que hemos vivido nosotros, creo que no vamos a poder olvidar”, afirma, mientras en su mente se remueven los recuerdos de devastación

“Entramos casi una hora y media más en Urubichá, ubicado en la provincia Guarayos del Departamento de Santa Cruz”, añade, y el aire se llena de imágenes: una vasta extensión de naturaleza quemada, animales que yacen muertos, y el sentimiento de impotencia embarga su ser. “Uno quiere hacer de todo, quiere apagar (el fuego), quiere entrar, pero no se puede porque el fuego que nos viene es peligroso”, confiesa con una tristeza que surca su rostro y refleja la impotencia que se siente en el momento.

Cada palabra que Carlos pronuncia es un reflejo de la angustia que siente. “El viento cambia de posición, uno está apagando (el fuego), el viento cambia de posición y nos encierra”, dice y su voz se quiebra un momento.

A pesar de la furia del fuego, él y sus compañeros luchan incansables, protegiendo lo que pueden, arriesgando su vida en un esfuerzo que parece sobrepasar el sentido común. «Hemos tenido tres bajas; por la intoxicación por el humo y por la insolación, porque se trabaja, a 40 grados bajo el sol y aparte de estar cerca del fuego, es fuerte la deshidratación que uno tiene», relata, asumiendo una carga que pone la piel de gallina. Los rostros de quienes se quedan atrás, por el calor insoportable y la falta de agua, se dibujan en la mente de cualquier persona.

Sus ojos, llenos de determinación, iluminan momentáneamente la pesadumbre. “Logramos salvar un rancho”, dice como quien cuenta una victoria en medio de tantas derrotas. La historia de un hombre que angustiado por su ganado les  pidió ayuda, se convierte en una pequeña briza de esperanza.

“’Por favor, que no pase el fuego al rancho’, nos decía el señor. Ese día apagamos; pero más bien el viento cambió y logramos controlar el fuego”, cuenta, y en ese instante, la lucha se transforma en unidad. A pesar de las difíciles condiciones y el fuego que no da tregua, conciben un triunfo momentáneo en su batalla.

Su relato avanza, tejiendo las largas horas de lucha bajo un sol abrasador, en un terreno que sólo ellos conocen. Ellos, los valientes que desafían la muerte, no sólo pelean contra el fuego; protegen la vida. “Uno lleva lo necesario nada más para comer y para beber. Llevamos una botella de agua que tenemos que compartir entre todos los compañeros”, dice

Carlos menciona a sus compañeros, quienes permanecen en la línea de fuego, enfrentando el peligro mientras él recuerda con nostalgia y dolor los momentos compartidos. “Ahora mis compañeros siguen allá”, señala, pues la misión está lejos de concluir.

La situación es crítica; comunidades enteras están en riesgo y el eco de sus llamadas de auxilio atraviesa la selva. “Pasaron a Monteverde, donde se estaba incendiando todo”, añade, su mirada se pierde en la distancia. La lluvia, que debería ser un salvavidas, resulta ser sólo un modesto alivio: “No apaga nada”, lamenta, cada gota como un recordatorio de que la batalla es aún larga y dura.

La historia de Carlos López es la de muchos, hombres y mujeres que enfrentan al fuego y a la adversidad con un solo deseo: salvar lo que queda. Su voz perdura como un eco de esperanza en medio del caos, un recordatorio de que, aunque la selva arda y la naturaleza sufra, hay quienes se niegan a rendirse, dispuestos a volver una y otra vez, hasta que cada resquicio de vida y fuego haya sido controlado. Su testimonio es una llama de valor que perdurará más allá del humo y las cenizas.

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