El alcalde Iván Arias visitó la mesa instalada en el Cementerio que fue descrita por un experto como “el hogar donde las energías convergen, un punto de conexión con los ajayus, los guías espirituales que se acercan para acompañar a los vivos”.
AMUN / 01-11-24
El aire fresco de la tarde paceña se mezcla con la fragancia de flores y una serie de elementos simbólicos que conforman un altar único, testigo silencioso de la confluencia de dos mundos: el andino y el católico. Este día, la comunidad se reúne en torno a una mesa que se convirtió en el centro de un homenaje, donde resplandecen los recuerdos y se evoca la memoria de aquellos que ya no están.
El Alcalde en su visita al cementerio con su programa radial “El Negro en la Calle” compartió y conoció más de mesa de recuerdos y tradiciones en el altar de Todos los Santos. En un rincón destacado del altar, el padre Eduardo Pérez y Carlos Palenque, símbolos del periodismo local, brillan entre las ofrendas. Siendo figuras importantes en la vida de muchos comunicadores, su legado se siente en cada rincón del espacio.
Con un brillo de nostalgia en sus ojos, los asistentes recuerdan a Luis Espinal, cuya cerveza, presente en la mesa, simboliza no solo su gusto, sino la tradición paceña de compartir un momento juntos.
“No se le pone todo lo que creemos que le gustaba a nuestro hijo, pero la cervecita no puede faltar”, le dice al Alcalde uno de los comunicadores, la calidez de la tradición reflejada en sus palabras.
David Mendoza, expresidente y figura central de la ceremonia, comparte su propia visión del altar. Con un respeto sincero, describe el espacio como “un alma-mundo”, un lugar sagrado destinado a recibir las almas de los queridos difuntos.
La mesa, indica, es un hogar donde las energías convergen, un punto de conexión con los ajayus, los guías espirituales que se acercan para acompañar a los vivos. “Aquí se mezcla lo simbólico con lo sagrado”, añade, mientras el burgomaestre observa las cañas que sostienen la estructura del altar, evocando una visión del mundo interconectado que resuena profundamente en el corazón de la cultura andina.
Las ofrendas vacilan entre el arte y la devoción; hay pan, flores y comidas típicas cuidadosamente elegidas que reflejan lo que cada persona disfrutaba en vida. El tradicional mauchi (cantico), característico de los afroyungueños, destaca en esta mesa que representa un vínculo con la madre tierra, mientras las risas y los recuerdos fluyen como un río sereno.
“Hay una dualidad andina que debemos entender”, le explica Mendoza a el Alcalde, al tiempo que describe las t’ant’a wawas—la representación de la vida y el renacer— como un símbolo de continuidad. Con la voz entrecortada, cuenta cómo cada elemento de la mesa tiene su propósito, desde la mascarita del moreno que recuerda una felicidad compartida hasta la chuelita que simboliza la unidad familiar.
Explica que la escalera para que transite del cielo a la tierra y viceversa, el caballo que le facilita cruzar el “río de la muerte” y transportar alimentos. Agrega que la caña de azúcar como bastón para guiarle en su viaje, mientras que el tuquru (tallo de cebolla) para retener el agua y pueda calmar su sed, además de sus platos favoritos, bebidas y frutas, es infaltable la coca, el cigarro y las flores.
En este espacio de recuerdo, la ausencia se siente, pero no como un vacío; más bien, es una presencia reforzada por la memoria colectiva. Las almas que aquí se invocan son las guardianas del bienestar comunitario, capaces de interceder por la paz y la gratitud en la vida de quienes aún están.
Mientras la música comienza a sonar, otra conexión con la tradición se revela; el eco de las celebraciones pasadas resuena en los corazones presentes, un recordatorio de que la cultura siempre evoluciona, pero las raíces permanecen ancladas.
“La música ha cambiado, pero el espíritu está en la intención”, concluyen con una sonrisa, mientras todos se preparan para elevar sus plegarias, un acto que representa el deseo común de paz y de unidad.
En medio de risas, recuerdos y anhelos, la mesa continúa siendo un espacio sagrado, un hogar de almas donde cada rincón cuenta una historia, un refugio donde el recuerdo se funde con el presente y se proyecta hacia un futuro lleno de esperanza. Esta crónica de vida y memoria, entrelazada con los hilos de la tradición, refuerza la importancia de recordar, honrar y celebrar, uniendo a la comunidad en un lazo indestructible.
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