Resiliencia en el lodo, la batalla de Esteban y sus vecinos

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La lucha de Esteban y sus vecinos no solo era una batalla contra el lodo, sino también una lucha por la dignidad y la esperanza. Foto: AMUN

Mientras los vecinos se organizaban para proteger sus hogares, Esteban, el mecánico de la zona, sabía que lo más urgente era recuperar lo que se podía de sus vehículos.

AMUN/ 3-1-25

El ruido de la maquinaria resonaba en el aire mientras Esteban Quispe, un mecánico de 30 años de experiencia, observaba su taller, ahora reducido a un mar de lodo y escombros. Había dedicado una década de su vida a ese garaje, un lugar que había sido su segundo hogar y donde la rutina diaria se había visto interrumpida por la mazamorra del 23 de noviembre de 2024, que dejó a 40 viviendas bajo el lodo, entre ellas su taller.

«Cinco vehículos han sido afectados», decía Esteban con la voz entrecortada, señalando a los coches destrozados que aún intentaban recordar su brillantez. Uno de ellos pertenecía a su hermano, quien confiaba en su habilidad para repararlo, mientras que otros tres eran del dueño del taller. Entre ellos, un coche de carrera, ahora irreconocible, yacía en el suelo como un guerrero caído, su carrocería ensuciada por el lodo que cubría más de dos metros del lugar.

El vecino que se acercó a Esteban compartía su preocupación. «El lodo todavía cubre el primer piso de las casas», afirmaba, aunque había un destello de esperanza en su voz. «Pero en un par de días, sacarán los vehículos del sector. Están habilitando una vía.» Esa pequeña luz al final del túnel era lo que mantenía a la comunidad en pie, mientras esperaban la llegada de la maquinaria que les devolvería un poco de normalidad.

Esteban, con su gorra desgastada, su jean, camisa y chamarra, recordaba cómo había llegado a este lugar. «Soy técnico en chapa y parte mecánica. He trabajado aquí durante casi diez años, y nunca había pasado nada así», reflexionaba, mientras sus ojos se perdían en el horizonte, donde el agua aún corría como un río desbordado. «Este desastre fue causado por una empresa (Kantutani) que hizo movimiento de tierra. No sé mucho, pero lo que sí sé es que todo esto ha sido por su culpa.»

La frustración era palpable en su voz. «Estamos en una situación terrible. Nuestras movilidades parecen chatarra. No nos (la empresa) están ofreciendo ninguna ayuda. Es más de un mes desde que ocurrió esto, y ni siquiera han venido (la empresa) a hablar con nosotros.» La impotencia lo consumía, pero también había una chispa de gratitud. «Agradezco a la Alcaldía y a nuestro Alcalde, quien está colaborando poco a poco. Las máquinas están llegando, y eso nos da un poco de esperanza.”

Con la vista fija en el horizonte, Esteban continuó relatando la magnitud del desastre. «El lodo llegó con una fuerza increíble. Antes, esta zona era tranquila, pero ahora es un mar de barro. Las casas están casi cubiertas hasta el techo.” La preocupación por lo que vendría lo mantenía alerta. “Viene la temporada de lluvias, y sabemos que si no hacemos algo pronto, podría pasar otra tragedia.”

Mientras los vecinos se organizaban para proteger sus hogares, Esteban sabía que lo más urgente era recuperar lo que se podía de sus vehículos. «Queremos sacar nuestras movilidades. Algunos se podrán restaurar, pero tendrán su costo. No es fácil.», decía, mientras su mente trabajaba en las soluciones que podrían salvar su negocio y su reputación.

La lucha de Esteban y sus vecinos no solo era una batalla contra el lodo, sino también una lucha por la dignidad y la esperanza. Con cada día que pasaba, la comunidad se unía un poco más, compartiendo recursos y apoyándose mutuamente. En medio de la adversidad, la solidaridad florecía, y aunque el camino hacia la recuperación era incierto, la determinación de Esteban y sus vecinos era más fuerte que cualquier desastre natural.

Así, entre el polvo y el barro, se forjaba una nueva historia, una que hablaba de resistencia y de la voluntad inquebrantable de levantarse, una y otra vez, ante las adversidades que la vida les presentaba.

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