Bajo Llojeta: un jueves de resiliencia y trabajo comunitario ante las lluvias

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Un trabajo conjunto para ayudar a la gente. Foto: AMUN

La solidaridad en el barrio Santa Cecilia afectado por la mazamorra del sábado muestra a un pueblo unido ante la adversidad.

AMUN / 28-11-24

Al mediodía de este jueves, la lluvia despertó el temor en la zona de Bajo Llojeta. Ariel Isidro Tórrez Guerra, secretario Municipal de Movilidad y Seguridad Ciudadana, no tardó en activar el protocolo de emergencia que contemplaba tres acciones prioritarias para proteger a la comunidad y evitar siniestros.

“Primero, procedemos con el cierre inmediato de la avenida Costanera, una vía esencial para el flujo vehicular. Esto es crucial para prevenir accidentes y garantizar la seguridad de todos», explicó. La avenida se vio afectada por las inclemencias del tiempo y este día no fue la excepción.

En la memoria reciente de la zona aún persiste el recuerdo de la mazamorra del pasado sábado, resultado del movimiento irregular de tierras cerca del Cementerio Los Andes, que dejó a varios moradores sin hogar. Como parte del segundo punto del protocolo, el secretario indicó que se movilizaron efectivos de la Policía y el Ejército para realizar labores de resguardo en áreas críticas.

Además, se reforzaron las medidas en el albergue donde acogen a las familias damnificadas. “Las secretarías de Educación y Desarrollo Social y Salud están trabajando en el lugar para brindar la asistencia necesaria”, agregó. Un personal de Zoonosis también se encontraba presente para atender cualquier eventualidad relacionada con mascotas, reflejando así un enfoque integral ante la crisis.

Trabajo en equipo

La lluvia cesó por momentos, pero el incremento de vigilancia se mantuvo mientras el equipo de salvamento se aseguraba de que los riesgos en la circulación vial continuarán controlados. “Las alertas y emergencias son manejadas por nuestra Secretaría Municipal de Resiliencia y Gestión de Vulnerabilidades. Nosotros coordinamos con la Policía para garantizar la seguridad de los ciudadanos”, explicó Tórrez mientras monitoreaba la situación en la Costanera.

En la zona, los trabajos de canalización de agua avanzaban. Se implementó un sistema que desviará el líquido hacia el río Choqueyapu, protegiendo así las viviendas adyacentes. “Las maquinarias están funcionando para que el agua no se desborde”, insistía un trabajador mientras proseguía con sus tareas.

A pocos metros, una olla comunitaria se erguía como símbolo de solidaridad vecinal. “Nos organizamos para ayudar mutuamente”, dijo una de las vecinas que, junto a sus compañeros, habían preparado alimentos para los trabajadores y las familias afectadas. “Cocinamos todos los días, es lo menos que podemos hacer”, comentó, sonriendo, mientras sirvió un plato a un rescatista que acababa de llegar del trabajo.

La escena era un reflejo de unidad en medio de la adversidad. Aunque muchas casas seguían mostrando signos visibles de deterioro, la esperanza de reconstrucción y colaboración colectiva brillaba en los rostros de quienes se resistían a rendirse.

En un rincón, algunos trabajadores aún se afanaban en rescatar pertenencias de hogares afectados, mientras otros organizaban una nueva jornada de ayuda. La escena en Santa Cecilia es un collage de esperanza y desesperación.

En las calles, los trabajadores no se detienen; sus rostros son un reflejo de la determinación colectiva que emergió tras la reciente calamidad que golpeó a esta comunidad. De fondo, se escucha el bullicio de una olla comunitaria dispuesta por los vecinos, un símbolo de unidad y apoyo mutuo en medio de la crisis.

A medida que los vecinos, obreros municipales, soldados y bomberos se acercaban a compartir un plato caliente, se evidencia que, aunque todo pareciera perdido, la solidaridad se alzó como un faro de luz en la tormenta.

El director de Atención de Emergencias, Vladímir Vargas, se encuentra entre la gente, su voz se escucha con claridad en medio del estruendo de la maquinaria y el suave murmullo de la lluvia que, implacable, vuelve a caer en la zona de Bajo Llojeta. 

«Los trabajos de contención continúan», explicó, mientras gesticula hacia la excavadora que, a regañadientes, se ha visto obligada a retirarse debido al aumento del caudal en el río. La lluvia dificultó las labores, pero no detiene el ímpetu de quiénes están determinados a restaurar su hogar.

Sigue el trabajo

Con el cielo gris como telón de fondo, los operativos establecieron un comando de incidentes, y es evidente que trabajan sin descanso desde que se presentó el desastre. «Estamos aquí las 24 horas», aseguró Vargas. Entre ráfagas de agua y tierra, se dibujan las sombras de viviendas cubiertas de lodo y las imágenes son una representación desoladora de la pérdida.

A medida que el ingeniero analizó el trabajo que queda por hacer, se mencionaron las grietas que asoman en la parte alta, en el Cementerio Los Andes, un recordatorio de la fragilidad de la tierra en esta región.

La preocupación por las lluvias sigue despierta, un eco constante de alerta en el aire. «Estamos en contacto con la Alcaldía de Achocalla para colaborar en la prevención de desastres», añadió, retomando el hilo de una conversación que subraya la importancia de la preparación y la comunicación en tiempos críticos.

Mientras la tarde avanza, nos encontramos con el Grupo de Atención de Emergencias Municipales (GAEM), que también estuvo lidiando con su propia carga emocional. Maycool Guzmán Camacho, su comandante, comparte los momentos de tensión vividos durante los rescates. Las historias de vidas salvadas y pérdidas desgarradoras se entrelazan con la desesperación de quiénes han perdido casi todo.

«Estamos aquí, poniendo nuestras vidas en peligro para ayudar a quienes lo necesitan», dice con una mezcla de orgullo y tristeza. Su relato resalta la humanidad en el caos; un recordatorio de que, en medio de la adversidad, hay un compromiso inquebrantable de servir.

La comunidad de Santa Cecilia demostró que aun en los tiempos más oscuros, hay espacio para la esperanza y la recuperación. Las manos solidarias se extienden para ofrecer ropa abrigada y alimentos a quienes perdieron su hogar, y así comienza a tejerse un nuevo relato de resiliencia. Desde los puntos de acopio habilitados por la Alcaldía, se reciben donaciones que nuevamente alimentan ese sentido de unidad que caracteriza a esta comunidad.

La jornada en Santa Cecilia, marcada por el esfuerzo continuo de muchos, refleja ese espíritu indomable de la paz y su gente. En cada rincón, a pesar del barro y la lluvia, se percibe el trabajo incansable por recuperar lo perdido y, quizás, construir algo más fuerte.

Mientras los rescatistas y voluntarios se ordenan y coordinan esfuerzos, queda claro que, aunque las condiciones son difíciles, la esperanza florece en cada acción comunitaria. Con cada ladrillo que se levanta nuevamente, con cada hogar que se reconstruye, el mensaje es claro: El amor por el prójimo y la fuerza comunitaria son más poderosos que cualquier tormenta.

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