La entrega de certificados de nacimiento y de sufragio fue otro paso importante. “Estamos haciendo un seguimiento de las familias, y hemos ayudado a 15 personas a obtener sus certificados de sufragio”, menciona Enrique Alanez responsable del albergue.
AMUN / 3-1-25
En el corazón de Bajo Llojeta, un albergue municipal transitorio llamado Illimani se convirtió en un faro de esperanza para las familias damnificadas por la devastadora mazamorra del 23 de noviembre de 2024. Tras el desastre que sepultó 40 viviendas bajo el lodo, Enrique Alanez, el responsable del albergue, trabajó incansablemente para brindar apoyo a quienes perdieron todo.
“Ya estamos en la etapa donde ellos (daminficados) están preparando sus alimentos”, comenta Enrique, mientras observa a las familias en la cocina improvisada del albergue. La rutina comenzó a reestructurarse, y aunque el reloj avanza, la necesidad de alimentos persiste. “Hubo diferentes campañas que han estado apoyando. Desde la Red Uno, la Policía, grupos cristianos y adventistas han llegado a colaborar”, añade, reflejando una comunidad unida ante la adversidad.
La carencia de carne es un tema recurrente en las conversaciones. “Hace un par de semanas nos indicaban que necesitaban carne, y sí, continuamos con ese pedido”, señala Enrique. La solidaridad fue crucial, pero los recursos son limitados. “Lo que más tenemos son productos secos, como arroz y fideos. La necesidad de verduras y carne es urgente, especialmente para preparar comidas nutritivas para los niños”, explica Paola, una de las afectadas, quien también se ofrece como vocera de las familias.
A pesar de las dificultades, las festividades de fin de año se vivieron con un toque de esperanza. “Fue una Navidad diferente. Hemos tenido confraternización con la ayuda del canal 11, que organizó un evento especial”, relata Enrique. Las risas y los sabores de la tradición se entrelazaron con el espíritu de comunidad que caracteriza al albergue, donde seis familias continúan su camino hacia la recuperación. Una de ellas ha logrado salir y reintegrarse a la sociedad, un pequeño triunfo en medio de la tormenta.
La entrega de certificados de nacimiento y de sufragio fue otro paso importante. “Estamos haciendo un seguimiento de las familias, y hemos ayudado a 15 personas a obtener sus certificados de sufragio”, menciona Enrique con satisfacción. Este gesto no solo representa un avance administrativo, sino que también simboliza el renacer de una vida normal tras el desastre.
Sin embargo, la situación sigue siendo crítica. “Las donaciones se han acabado. Necesitamos verduras y carne urgentemente”, enfatiza Paola, quien se convirtió en una voz de su comunidad. Las puertas del albergue están abiertas, esperando la llegada de nuevos apoyos. “Las donaciones se reciben aquí directamente. Tenemos un encargado que las distribuye para que todos puedan beneficiarse”, explica, mostrando la organización y el esfuerzo colectivo que han surgido en medio de la adversidad.
A pesar de la falta de apoyo de la empresa Kantutani —responsable del movimiento de tierras que luego con la luvia se convirtió en mazamorra que bajo desde el cementerio Los Andes e hizo estragos— la resiliencia de las familias es palpable. “Sería bueno que se acercaran (inmobiliaria Kantutani), pero hasta ahora no hemos recibido nada”, lamenta Paola. Sin embargo, la esperanza brilla en sus ojos y en los de sus vecinos, quienes continúan luchando por reconstruir sus vidas.
En el Albergue Illimani, cada día es una nueva oportunidad para renacer, para compartir y para seguir adelante, demostrando que la comunidad, unida, puede superar incluso los momentos más oscuros.
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