AMN/26-09-21
Un sonido que enamora, que no requiere de electricidad para producirse, que evoca otros tiempos, que conecta al ciudadano con su infancia y reproduce melodías diversas. Ese es el sonido del organillo del cual el titiritero y marionetista Sergio Ríos se apasionó y que ha sido el impulso para que, sin medir gastos y esfuerzos, interprete este instrumento en las calles de la ciudad, principalmente en el paseo de El Prado.
Es tanta la pasión que siente Ríos al hablar del organillo que refleja el sacrificio combinado con la satisfacción de haberse convertido en el organillero de La Paz. “Hay que rescatar estos sonidos de la memoria que sabemos que, de algún modo, como el sonido no se pierde, sigue retumbado y eso es lo que me encanta de tocar este instrumento en la calle, porque es muy evocador y te permite conexiones”, describe el artista en torno al sonido que produce.
Su presencia en ferias, actividades artísticas y culturales se ha hecho notoria con los años. Al interpretar el organillo, Ríos se conecta con el público, sobre todo niños y adultos mayores que se regocijan del sonido generado a impulso de codo y movimiento de una manivela.
“Cuando una persona de 80 años te dice que eso le evoca a su infancia y que cuando escucha el instrumento siente que está de la mano de sus padres y con un algodón de dulce en la mano, ese tipo de cosas que son tan fuertes, tan humanas, hace que realmente uno sienta un aliento increíble para seguir interpretando y trasladando estos sueños de esa infancia perdida de los paceños”, relata Ríos.
La conexión con el instrumento
Fue en el Museo Costumbrista Juan de Vargas, donde Ríos tuvo su primer contacto con el instrumento en su adolescencia, del cual quedó impactado. “Me llamó la atención en ese tiempo ver un organillero con su mono y uno no lo podía creer, esto había en nuestra ciudad. Esa estampa, esa imagen, se me quedó grabada”, recuerda.
Con los años, y gracias a la actividad que desarrolla como titiritero y marionetista, llegó a trabajar en los museos municipales y tuvo su segundo encuentro con este personaje. Fue en ese momento que decidió “recuperar esta memoria”, dado que el organillero seguía vigente en México o Santiago de Chile.
Tiempo después, cuando estuvo en Alemania, tuvo otro contacto con el instrumento en la calle y ese fue el impulso definitivo que lo llevó a cumplir un sueño, adquirir el instrumento, traerlo a La Paz y mostrar sus bondades al público.
“Ahí empezó ese propósito de recuperar la música mecánica, pensando en que era realmente, en la misma obsolescencia del instrumento, la única manera en la que se podía transportar la música en los barcos que llegaban con los migrantes, una manera de trasladar sonidos de otros lados y que la gente los conozca”, dijo Ríos.
Cuenta que así empezó su aventura con el organillo. Le compró uno pequeño a un ucraniano en 2005 y, posteriormente, fue el lutier alemán Axel Stüber quien le vendió dos instrumentos más, con el añadido de que le advirtió que el mantenimiento respectivo de los mismos sería muy difícil, dado que en esta parte del continente no hay especialistas en este rubro.
A decir de Ríos, Stüber es considerado el último constructor de organillos callejeros en Berlín. Y lo conoció en un momento donde se discutía declarar al instrumento como patrimonio de la humanidad
“Los he comprado en Berlín, primero uno pequeño, seguí enamorado y dije éste es el instrumento que quiero, no quiero nada electrónico, quiero que sea algo totalmente obsolescente, pero al mismo tiempo muy ecológico, muy noble, algo que no tenga que enchufar para que funcione, que me parece algo fantástico”, refiere.
La caja que enamora
El organillo se convirtió en la cajita musical que lo enamoró, dice Ríos. “Una cajita musical que puede funcionar activando unas bielas que tienen un par de fuelles con cuero de cabra, algo que uno tiene que aprender a repararlo, hacer un mantenimiento, cosa que era una de las discusiones que teníamos con el constructor (Stüber)”, añade.
¿Qué características tiene? Ríos lo describe como una caja de madera compuesta por tubos que funcionan como flautas y que generan el sonido a través de la concentración del aire. “Son 33 flautas que me dan los sonidos bajos, medios tonos, los sonidos de la melodía. Es un instrumento que por sus características está fabricado como si fuese autómata, son correas que hacen girar poleas, pero al mismo tiempo activan unos fuelles y son fuelles que concentran una gran cantidad de aire, así como cuando vemos una gaita que se infla, el organillo tiene lo que se llama una caja secreta donde se almacena todo este aire que espera salir una vez que se activa la nota”, explica.
De los tres organillos con los que cuenta, Ríos destaca “el violinopan, que es una combinación de flautas de pan con sonido de violines, es muy clásico” y es el instrumento con el que se luce en las ferias y actividades artísticas cuando sale a las calles paceñas.
Otro elemento sustancial para interpretar música en el organillo son las partituras. Ríos explica que por años importó partituras de rollo de papel de tres milímetros de Holanda, Austria y Alemania, pero debido a la pandemia él en persona se dedicó a realizar las partituras de forma artesanal, un proceso “lento” pero gratificante. Las partituras le permiten al intérprete tener la nota a la altura precisa para que el sonido se escuche de manera adecuada.
Gracias a este trabajo disciplinado y metódico, Ríos pudo interpretar el 16 de julio de 2021 el Himno a La Paz y espera interpretar la cueca Illimani el 20 de octubre, cuando la ciudad de La Paz recuerda su fundación. El repertorio es variado, tanto de música clásica y valses franceses, hasta rock e, incluso, música pop de grandes intérpretes como Michael Jackson.
“Estoy trabajando mucho más en un repertorio boliviano, la meta es llegar a nuestro Bicentenario recuperando a Patiño, Valda, todos esos sonidos que han estado conectados de algún modo en ese tiempo, en esa nostalgia, ojalá pueda recuperar y tener un lindo repertorio que sea anterior de mediados del siglo 20 para que sea contemporáneo con el instrumento”, dijo Ríos.
El organillero en La Paz
Como amante de este instrumento, Ríos no solo se preocupó en aprender a cómo tocarlo, hacerle el mantenimiento y producir partituras, sino que se dio a la tarea de investigar cómo llegó el instrumento a La Paz.
“El dato más antiguo que he podido encontrar es una publicación del año 1873, donde se hace referencia a un poeta paceño, José Manuel Loza, que es un relato muy lindo como poeta clásico que tenía un organillo, instrumento mecánico con el cual acompañaba estas sus veladas poéticas”, rememora.
Ríos cuenta que muchas personas se le acercan y le comentan haber conocido a organilleros en su infancia, en vías tan históricas como la Comercio. Incluso el reconocido fotógrafo Julio Cordero nieto recordó que había uno que actuaba frente al Teatro Municipal “Alberto Saavedra Pérez”.
En este devenir en el tiempo, tras decidir devolverle a La Paz la posibilidad de tener un organillero, Ríos recuerda cómo fue su primera salida a la calle con el instrumento. “Fue un 14 de febrero de cuatro años atrás, cuando salí con el instrumentos pequeño de Stüber y era un día de enamorados. Era fantástico tocar esto, creo que el lugar del organillo, el espacio más importante, en mi experiencia, ha sido encontrarme en el paseo de El Prado con la gente y verme realmente como parte de ese paisaje de ciudad, de ese pedazo de la alameda tocando”.
Respeto por el instrumento
Como el origen del instrumento se transporta hacia finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, los elementos que componen su interpretación tienen que representar también las características del vestuario del intérprete.
Por eso no es de extrañar ver a Ríos con un esmoquin, con sombrero bombín y hasta guantes. “Me pongo un esmoquin de gala, como quien fuese a tocar con una orquesta sinfónica en una gran sala pero voy a tocar en la calle, trato de utilizar varios elementos, la camisa con el cuello pajarito, las corbatas de lazo que uno tiene que atarlas y ese tipo de cosas que hacen que preparar el instrumento para salir a la calle sea una ceremonia”, añade, a tiempo de indicar que este proceso responde al “respeto” que hay que darle al instrumento.
Y, antes de salir a la calle, Ríos afina el instrumento, le hace el debido mantenimiento y elige la música que interpretará. Hoy cuenta con una colección de más de 200 rollos, una de las más completas de la región.
Otros elementos que hacen al organillo son los acompañamientos. Como marionetista, Ríos contribuye a sus presentaciones con la presencia de un mono que están en un monociclo y un ratón que dirige la orquesta. También cuenta con una bolsa para las propinas y aportes, dado que, asegura, mantener este instrumento es bastante costoso.
“Es caro, he renunciado a un anticrético, me he hecho un préstamo del banco, lo voy a seguir pagando pero es mi sueño y es una manera de conectarme con mi ciudad, con las personas, estas contribuciones nunca van a alcanzar el valor que tiene el instrumento, tanto en lo material como en lo emocional porque el instrumento que toco también es un homenaje a un gran melómano que yo he conocido en mi infancia, que es mi padre”, afirma Ríos quien le puso el nombre de Gastoncito a su organillo en homenaje a su progenitor.
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