Conozca un viaje impregnado de fe, tradición y sueños

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La celebración de la Alasita era solo en la plaza Murillo : Foto: MUSEF

Marta Arias Terán es una vendedora con más de seis décadas de experiencia en la Feria de la Alasita. Recuerda con cariño los inicios de esta tradición, cuando solo se vendían billetitos en la plaza Murillo.

ESPECIAL ALASITA DEL BICENTENARIO

AMUN 21-01-25

Martín Balcázar Martínez

Cada 24 de enero, La Paz se viste de colores y música, transformándose en un vibrante escenario donde la fe, la tradición y la cultura se entrelazan en la emblemática Fiesta de la Alasita. Con raíces que se remontan a 1781, esta celebración, que rinde homenaje al Ekeko, el dios de la abundancia, es un testimonio palpable de la evolución cultural de Bolivia a lo largo de los siglos.

La historia de la Alasita comienza con José Sebastián de Segurola, personaje que después del levantamiento del cerco a La Paz por parte del líder indígena Túpac Katari, instó a los habitantes a celebrar anualmente este hecho en agradecimiento al Ekeko. Desde entonces, la festividad fue un constante vaivén de transformación, adaptándose a los cambios sociales y culturales que marcaron la historia del país.

A medida que el sol se eleva en el cielo paceño, el bullicio de la ciudad se intensifica. Las calles, desde 1781, siempre estuvieron repletas de coloridos puestos, que se convierten en un mar de rostros ansiosos por adquirir miniaturas que representan sus deseos más profundos: casas, vehículos, dinero y hasta sueños inmateriales.

La tradición dice que comprar al mediodía, cuando el sol está en su apogeo, asegura que esos anhelos se materializarán. Así, la Alasita se convierte en un ritual donde simples objetos se transforman en símbolos de esperanza y fe.

Entre los vendedores, destaca Doña Elena, una mujer de 76 años que dedicó gran parte de su vida a esta feria. Desde los 15 años, fue testigo de la evolución de la Alasita. “Yo ingresé aquí a San Pedro y me quedé”, cuenta con nostalgia. Su puesto es un reflejo de su dedicación: panaderías, tiendas de ropa, salones de belleza, y otros oficios, todos en miniatura, dispuestos con esmero.

“Todo surtido tengo”, repite con orgullo mientras exhibe sus productos, que atraen a los compradores con su diversidad y calidad. La calidez de su voz y su sonrisa reflejan el espíritu de comunidad que impera en la feria.

Los yatiris, o chamanes, también juegan un papel fundamental en esta festividad. Sus ceremonias de bendición confieren un aura mágica a las miniaturas, que luego serán llevadas a la iglesia para la bendición final.

Este acto, más que un simple rito, es un reflejo de la fe colectiva de una comunidad que abraza la magia de la Alasita. “La Alasita es comprarse miniatura y creer para que no nos falte”, dicen los paceños, encapsulando la esencia de esta celebración.

Marta Arias Terán, una vendedora con más de seis décadas de experiencia, recuerda con cariño los inicios de la feria, cuando solo se vendían billetitos en la plaza Murillo. “Ahora está en todos lados”, señala, reflejando la expansión y popularidad de esta tradición que creció con el tiempo.

En el pasado el aire se llenaba de risas y música, mientras los sonidos de bandas locales y grupos folklóricos animan la festividad. Los niños correteaban entre los puestos, maravillados por los juguetes en miniatura y los dulces tradicionales.

Cada rincón de la feria siempre fue un espejo de la sociedad paceña, donde los sueños y aspiraciones de diferentes clases sociales se hacen visibles. Entre los personajes que daban vida a la celebración en el siglo XIX, está la figura de “La Llanta Baja”, una chola enjoyada que se destaca como un ícono de la feria. Su puesto, repleto de pasteles y joyas, era un reflejo de una época en la que la distinción social se manifestaba en cada rincón de la feria.

A lo largo de los años, la ubicación de la feria ha cambiado, moviéndose a través de la ciudad en respuesta a las transformaciones urbanas. Desde la plaza Murillo hasta las calles de San Pedro, la Alasita enfrentó desafíos, pero siempre mantuvo su esencia intacta. Y aunque algunos la consideran un espectáculo risible, para muchos paceños, la Alasita es más que una feria: es un símbolo de identidad, de tradición y, sobre todo, de esperanza.

Al cierre de esta celebración, los asistentes no sólo se llevan consigo miniaturas, sino una renovada fe en sus sueños. La Fiesta de Alasita sigue siendo un espacio donde lo mágico y lo cotidiano se funden, recordándonos que, a veces, la fe y la ilusión son suficientes para hacer realidad lo más caros anhelamos. En cada esquina, en cada risa, en cada miniatura, La Paz se convierte en un crisol de sueños, donde la esperanza florece entre las luces y los colores de la festividad.

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