El alcalde Iván Arias, representando al farolero mayor, se convirtió en el portador de esta joya del bien común que encendió el árbol más grande de Bolivia.
AMUN / 5-12-2024
En la mágica noche de diciembre, la Plaza Tejada Sorzano se convirtió en un escenario de luces, música y esperanza. La Tuna de la Universidad Mayor de San Andrés, con sus gorros de Papá Noel, dio inicio a una celebración que prometía encender no solo el árbol más grande de Bolivia, sino también los corazones de todos los presentes. En medio de risas infantiles y el eco de canciones tradicionales de la época, la atmósfera se impregnaba de espíritu navideño.
Los niños, con sus miradas curiosas y risas contagiosas, eran los testigos privilegiados de una historia que se tejía en el aire. Una viejita, con voz suave y llena de sabiduría, narraba una leyenda que hablaba de la “Estrella de la Bondad”.
En su relato, un abuelito le había entregado esta joya simbólica, llamando a los pequeños a convertirse en “Guardianes de la estrella de la bondad”. La historia, que enfrentaba al bien contra el mal, mantenía a todos en un expectante silencio, mientras las luces permanecían apagadas, acentuando la magia del momento.
Un grupo de niños, llenos de valentía y determinación, emprendía una misión: llevar la estrella al farolero. Junto a ellos, personajes peculiares como un heladero y un mimo se unieron a la travesía.
La entrega de la estrella al farolero marcó un punto culminante en la narración, y el Alcalde Iván Arias, representando al farolero mayor, se convirtió en el portador de esta joya del bien común. “Es la Joya de reconciliación para todas las familias, para todos los bolivianos”, proclamó el alcalde Arias, con voz firme y esperanzadora. “Esta es la joya que pide respeto, tolerancia, y siembra esperanza”, continuó, resonando en el corazón de los presentes.
El momento culminante llegó con el conteo regresivo para encender el majestuoso árbol. “¡Vamos de 10 atrás…!” gritó la multitud, y al llegar a cero, la plaza se iluminó en un estallido de luz. Fuegos pirotécnicos danzaron en el cielo, acompañados por la música de la Orquesta Sinfónica Loyola, que llenó el ambiente con melodías navideñas.
La magia de la noche se reflejaba en las sonrisas de los asistentes, que se unieron en un viaje sensorial donde la música y la narrativa se entrelazaban en un abrazo de ensueño.
La plaza, ahora iluminada, se convirtió en un símbolo de esperanza y amor. “La luz de la esperanza, la luz del amor, la propia de esta fiesta”, resonaba en el aire, mientras la Orquesta Sinfónica ofrecía un concierto que llevaba a todos a un mundo donde la paz y la reconciliación eran posibles. En esa noche mágica, el farolero con la joya del bien común había encendido no solo un árbol, sino también un camino hacia un futuro lleno de luz y esperanza.
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