Las ofrendas, que incluyen elementos que los seres queridos disfrutaban en vida, se alzan como un homenaje a la conexión entre lo terrenal y lo espiritual.
AMUN/ 31-10-24
En los días previos a la celebración de Todos Santos, el Cementerio General de La Paz se convierte en un centro de confluencia de recuerdos, honores y tradiciones. Bajo un cielo que titila con la promesa de historias por contar, el alcalde Iván Arias con su programa radial “El Negro en la Calle” se aventuró a recorrer estos pasillos, donde cada tumba susurra la historia de un alma que partió, pero que reside en la memoria colectiva.
Al recorrer el lugar, un encuentro inesperado con “La Llorona” marcó el inicio de una jornada llena de emociones. Entre risas y halagos, la conversación fluía con la ligereza de quien se encuentra en un lugar familiar.
“¿Qué hace usted aquí, llorando?”, preguntó el alcalde, a lo que “La Llorona” respondió con una sonrisa: “No, querido Alcalde, yo no lloro, yo hago…”. Un intercambio de bromas revelaba que, aunque el ambiente es sombrío, la vida se siente vibrante entre las almas que han dejado este plano.
A lo largo del tour, se dieron cita historias y personajes que, como “La Llorona”, caminan entre mitos y realidad. El clima festivo que rodea la celebración de Halloween fue contrapuesto por la reflexión que esta festividad despierta en la comunidad. Las tradiciones de otros países se mezclan con la esencia pura de nuestras costumbres, recordándonos la importancia de valorar lo que nuestros abuelos y padres nos enseñaron.
Mientras el Alcalde avanza, una mujer de rostro sereno y ojos llenos de nostalgia compartió un fragmento de su vida. “Yo vengo a ver a Flor, mi cuñada”, dijo con aprecio. Un relato que, entre risas y lágrimas, iluminaba la conexión que las personas desarrollan con aquellos que ya no están. La historia de su esposo fallecido, sus nueve hijos y la ausencia de sus hermanos ofrecían un vistazo al amor que persiste más allá del umbral de la muerte.
Los ojos del burgomaestre recorren el escenario como unos radares para observar cada detalle que existe en el campo santo. “Ahí están las casitas de los perritos. Ah, mira, las casitas de los perritos, las mascotas que cuidan el cementerio” dice asombrado a la directora de la Entidad Descentralizada Municipal de Cementerios de La Paz, Patricia Endara que le acompaña en su tour.
—“El perrito viene todos los días como si estuviera trabajando, es de por aquí cerca; llega a las 8 de la mañana, se queda hasta las 10 de la noche, entonces se va”, comenta Endará.
—“Ah, pues es como marcar tarjeta”, dice el alcalde
—“Sí, es como marcar tarjeta”, responde Endara
—“Hasta platito tiene”, acota
La caminata y la conversación continúa: “Estos días ustedes están muy ocupados”, dice. “Sí, señor alcalde. Estamos ocupados recibiendo a toda la población. Estamos dando cita aquí en el cementerio para recibir a sus órdenes”, responde la funcionaria y agrega “hemos preparado una mesa”.
Pero entre los murales del cementerio, el sonido de las risas de los niños resonaba, recordándonos que el ciclo de la vida, aunque a veces cruel, continúa. “Aquí está el Jardín Angelitos del Cielo, nos llevaron a presentar, un espacio donde los recuerdos de los pequeños se cuelan entre juguetes y flores”, señala el Alcalde. Las historias de pérdidas tan jóvenes como crueles nos recuerdan la fragilidad de la existencia.
El cementerio no solo es un lugar de descanso eterno, sino también un espacio de reverencia, donde las tradiciones del Día de Todos Santos cobran vida. Las ofrendas, que incluyen elementos que los seres queridos disfrutaban en vida, se alzan como un homenaje a la conexión entre lo terrenal y lo espiritual. “La mesa es un hogar, un alma, mundo, donde las almas vienen a recordar”, explicó un experto en tradiciones.
En medio de risas y anécdotas, el recorrido estuvo marcado por la tristeza de la pérdida. Familias recordaron a los fallecidos con amor, y el eco de historias pasadas se sintió por cada rincón del cementerio. Entre relatos, una abuela nostálgica narró la historia de su nieto, perdido a la edad de 21 años, mientras colocaba especial cuidado en los productos que le gustaban.
El campo santo, que se ofrece como un atractivo turístico, cobró vida de maneras inesperadas. Grupos de turistas de diversas partes del mundo llegaron para aprender sobre las costumbres y la historia de un lugar que guarda sus secretos en cada rincón.
“Es algo distinto, histórico”, comentó Endara, y a su lado, los murales, echo de tradiciones, se erguían en un despliegue de color.
No obstante, el día también fue complicado. Con cada historia de vida, vino también la de quienes sufrieron pérdidas en la pandemia. Se mencionaron los “Jardines de COVID”, donde la memoria de aquellos que se fueron repentinamente en los momentos más difíciles se conservaba con honor, y entre nuevos espacios, se discutió sobre la reubicación de los restos, un proceso que marca el cierre de historias que nunca deberían haberse escrito.
Así, con cada paso por el cementerio, el alcalde Arias con su programa “El Negro en la Calle” reflejó la fusión de duelo y celebración, una simbiosis que solamente el tiempo y la tradición pueden explicar.
En la risa compartida y en las velas encendidas, se recordaron a las almas, se celebró la vida, y se reafirmó la continuidad de la memoria que transforma el dolor en legado. En este microcosmos de reflexión y homenaje, la muerte se convierte en una celebración de vida, donde todos los días del año se puede encontrar una razón para sonreír y recordar.
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